Hay que diferenciar las fiestas “veraniegas” de las de calendarios bioculturales en que los protagonistas son las familias y comunidades locales en sincronía con la naturaleza”.
INVESTIGADOR UACH-PUERTO MONTT
Desde adrenalínicas jineteadas en Aysén y Magallanes, pasando por sabrosos destilados de frutos silvestres o el curanto en hoyo, en Chiloé, a enormes asados en zonas ganaderas como Los Muermos, o la gigante paila de huevos azules de gallinas mapuches, en la provincia de Osorno, incluye la extensa oferta de “experiencias” de las fiestas costumbristas en el sur austral.
Rescatar costumbres ancestrales tan variadas como las extensas adaptaciones culturales a una enorme diversidad de paisajes, en condiciones geográficas y ambientales extremas, fue la partida de lo que hoy es casi una moda a la que no escapa prácticamente ninguna localidad que se precie en el sur austral.
“En su mayor parte tienen como origen esfuerzos de gobiernos locales para estimular el turismo (por esta razón se concentran en verano, y se organizan para no coincidir unas con otras)”, explica el antropólogo chilote Ricardo Álvarez, docente de Arqueología de la U. Austral en Puerto Montt.
“Permiten apalancar recursos frescos en territorios donde a las economías locales les cuesta hacerse de dinero y ahorro”, agrega el investigador.
Y aunque ya se extienden por casi toda la Patagonia chilena, la delantera probablemente la llevan los chilotes, que reconocen el Festival Costumbrista de Castro, que este año celebra su 42ª versión, como precursor.
A diferencia de fiestas del norte, como cosecha, trilla o vendimia, en el sur son muestras que pueden ir desde prácticas culinarias, como el curanto en hoyo, o preparaciones como chochocas, milcaos y chapaleles.
O la confección de licores, entre los que destacan la “maja” para hacer chicha de manzana o los destilados de frutos silvestres a los que se suman año a año otros propios de los territorios, como la confección de artesanías, la talla en madera, la producción de miel, la extracción de carbón o las jineteadas.
Y hubo una época en que las mingas de tiradura de casa se sucedían cada semana en una localidad distinta. Son cada vez menos recurrentes, aunque se han replicado en otras comunas, incluso más allá del archipiélago, en Chiloé continental, como se conocía tradicionalmente la zona del estuario del Reloncaví.
Álvarez hace la diferencia entre esas fiestas y las “festividades que son íntimas a los habitantes locales, y que deben ser resguardadas del turismo”, pues su objetivo no es económico, sino “reforzar el tejido relacional y el patrimonio cultural propio”, afirma.
Cita el Wetripantu (Año Nuevo Mapuche), el Nazareno de invierno, los yocos comunitarios, o las fiestas locales que se sincronizan con cosechas, faenas de ganado, mariscaduras, pesca o labores en el bosque.
Advierte que sería “gravísimo” mercantilizarlas, aunque va hacia allá, “incluso sería conveniente que existiesen ordenanzas que protegiesen la autonomía de fiestas tradicionales no mercantiles para asegurar que la diversidad cultural siga floreciendo, y no se homogenice en eventos orientados a satisfacer los gustos de visitantes externos”, apunta el investigador.
Porque en una suerte de acomodo, el éxito de estos eventos “costumbristas” ha motivado incluso que centenarias fiestas religiosas, como la del Nazareno de Caguach, que por más de dos siglos se celebra a fines de agosto, tenga su versión veraniega en enero, congregando incluso a muchísimos más asistentes.
Las jineteadas
“Buscábamos darle identidad a la Patagonia chilena, a nuestras costumbres. Acá la gente nace a caballo. La Patagonia se colonizó a caballo y se sigue usando hasta hoy. Es indispensable en las faenas del campo y eso quisimos rescatar”, dice desde Puerto Ingeniero Ibáñez, en Aysén, Renán Catalán, principal promotor de las jineteadas.
Se trata de competencias en que los jinetes muestran sus habilidades para amansar y manejar caballos, una fiesta que congrega hasta 14 mil personas, remarca Catalán, y que ya es internacional, porque llegan exponentes desde Argentina, Brasil, Paraguay, entre otros.
Y en Torres del Paine, Magallanes, la Fiesta a la Chilena se celebra ya por casi treinta años, recuerda la alcaldesa, Anahí Cárdenas, reconocida cultora de las tradiciones del campo.
En Río Negro, provincia de Osorno, la Fiesta del Huevo Azul busca revalorizar y salvar de la extinción a la gallina mapuche, “kollonca”, que pone huevos azules, explica el alcalde de esa comuna, Sebastián Cruzat.
- Publicada en El Mercurio.